Lucía (2)

20.03.2021

Lucía era hija de Ariana y mi padre, era un año menor que yo. Mi padre se casó con ella 3 meses después que Carolina, mi madre, muriera. A veces le pedía a Piotr que me llevara al panteón a visitar a mi madre, al principio siempre le llevaba flores, pero perdí el hábito en cuanto dejé de encontrarle el sentido. Lo que nunca dejé de hacer, fue hablarle, le platicaba todo, yo sabía que el pequeño mausoleo apretujado entre todas esas cruces de madera y mármol, era como una pequeña casa con todo lo que le gustaba y en ese lugar sentía como si me escuchara. Fantaseaba con que ella escuchaba los mismos comentarios, de como no podía negarme cuando Lucía me pedía que le hiciera los dibujos de biología en la secundaria, y los de arte en la prepa, de cuándo me ponía celoso por que la veía con algún muchacho en el colegio, de cuándo se enfadaba y me hablaba en italiano, ya cerca de los dieciséis.

Lucía es una magnifica pianista, pero ella ya no toca, porque Carlos dice que la música que ella toca, no tiene cojones, pobre imbécil. Cuando venimos a la capital a estudiar la carrera, yo: Arquitectura y ella: Música, me hacía llorar cuando tocaba a Rachmaninnoff o a Ray Charles, y entonces yo entregaba mis mejores proyectos y recibía alabanzas de mis catedráticos. Lucía era mi musa. Musa en esas noches largas y durante el día también, sólo pensar en ella facilitaba todo. Cuándo Inés Sandoval nos enseñaba alguna técnica de pintura, y nos pedía un retrato, yo hacía uno de ella, había aprendido cada detalle de su rostro, desde el pequeño lunar que tiene debajo de la barbilla, hasta el último cabello oscuro y delgado que cubría su cabeza, y ofuscaba hasta la más remota fibra de mi cuerpo, cuando repentinamente caminaba contra el viento.

Ana una vez me dijo. Ella te quiere mucho, no te ve como hermano, sino como hombre, te admira, hasta hizo que yo me enamorara de ti de tanto que te menciona. No hice caso de esa madeja de palabras, no podía; regresé a la casa de mis abuelos y por primera vez la quise, Ariana había salido al supermercado y yo fui a la biblioteca, dónde, no sé porque habían puesto el piano, ella tocaba una pieza rápida, de esas que te aceleran la respiración cuando las escuchas, aunque siempre se me agitaba cuando ella estaba cerca; la tomé de un brazo, la levanté con cariño, y le di un beso en la mejilla, intercambiamos miradas, sus ojos parecían tiernos y ansiosos, luego me besó por toda la cara, se detuvo un momento, separó las cejas, los ojos llenos de asombro, esbozó una sonrisa, me besó suavemente en la mejilla y me dijo. Yo también te amo. Y regresó al piano para cambiar de melodía en la partitura y empezó a tocar. Corrí a decirle a Piotr, él soltó una carcajada y me dijo casi comprensivo. Mira hijo, si realmente la quieres será mejor que dejes esto por la paz, no vaya a ser que los dos terminen lamentándose y llorando. Pero como yo veía las cosas con tremenda insapiencia, no vi que debía detener eso, resignarme a verla como lo que es, mi hermana, pero eros puede más que psique. Y mi amigo también lo sabía.

Ni mi padre, ni Ariana sospechaban que yo amaba a Lucía, en su cumpleaños diecisiete, le regalé un disco de Miles Davis, la besé levemente en la boca frente a todos, y estos, fuera de armar un escándalo, lo tomaron normal, después de todo ellos no comprendían absolutamente nada.

Cuando mi abuelo murió, perdí la cabeza, durante el funeral la llevé atrás de la barda que divide al memorial y al cementerio común y la besé tan intensamente que me temblaron las piernas. Cuándo caminábamos de regreso, uno al lado del otro, los pálidos rayos del sol rebotaban en un manzano y sus frutos parecían desteñirse en un fulgor dorado que encandilaba los ojos, giré la cabeza para ver a Lucía, parecía taciturna y pensativa, el brillo de sus ojos desapareció durante unos minutos al mismo instante que sus ojos fijos en el manzano dejaban ver una pesadumbre, sentí mi rajarse cuando noté eso. A esa tarde le siguieron varias noches sin dormir, la imagen de sus ojos diáfanos no salía de mi mente, y revivía la sensación a cada instante, sin agotarse, fue agonía infinita. Quería hacerles saber a todos que la amaba, que la habría seguido siempre, y hubiera abierto todos los caminos que ella quisiera recorrer a como diera lugar, pero me entristecía darme cuenta que ella quizá tenía tanto o más miedo que yo a reconocerlo, ¿Cómo reaccionarían Ariana y mi padre ante eso? Mi abuela diría. Eso que ustedes quieren es un pecado y va contra las leyes de dios ¿Pero quién era él en todo esto? ¿Un titiritero? ¿Un narrador omnisciente de alguna novela oscura? ¿Quién?

Las circunstancias poco a poco fueron empeorando, Ana le había dicho a Perlita que entre nosotros había algo más que amor fraternal y no sólo eso, Carlos visitaba la casa con mucha frecuencia, en las comidas de los fines de semana, incluso en las vacaciones de abril, siempre estaba ahí, Lucía nunca sonreía a su lado, parecería conformada a una vida de hartazgos y una que otra serendipia que iluminara su existencia. 


S.P.

Layla, Julián Solo y Soul Power
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